Llegar a una isla es siempre una aventura. Una vez llegamos al puerto de Napoli e iniciamos nuestra mirada al mar que se nos para delante entendemos cuan maravilloso será el tiempo que pasaremos en este sitio. La maravillosa isla, parece esconder en si misterio y encanto al mismo tiempo.
Hemos llegado a Ischia una soleada mañana de julio. Aunque si el tiempo en Nápoles no era especialmente benevolente con nosotros y con los pocos días que tenemos a nuestra disposición para relajarnos, una vez en la isla nos inundada un confortable calor. Aquello que me ha fascinado el instante en el cual he salido del barco, ha sido una explosión los colores y la atmósfera que me he encontrado delante. En ese pequeño paraíso el aire parece limpio y reconfortante, y el sol ilumina las cosas otra vez transparente.
El puerto de Ischia es una pequeña joya
El taxista nos ha contado que fue construido en el 1800, aprovechando aquello que primero era un gran lago que se encontraba en la extremidad norte de la isla. La idea que transporta he vuelto a sus visitantes la de un fuerte abrazo de bienvenida acogedor y gentil. No veíamos la hora de descubrir todo aquello de lo cual habíamos hablado con nuestros amigos, habíamos leído de Internet las expectativas poco a poco se van cumpliendo.
Hemos visitado las playas, qué inundaban de costa cada lugar de este precioso sitio. El agua aquí es verde, oscura y limpia al mismo tiempo, mientras que en la mayor parte de los casos la arena es blanda coma clara y fina.
Una vez en Maronti hemos visitado el Olmitello, donde hemos disfrutado durante toda la mañana de las aguas termales que caracterizan esta isla de origen volcánico punto para la comida hemos escogido uno de los tantos restaurantes que estaban primera línea de playa de Maronti.